Cerca de casa, en una pequeña tienda, vendían botones. Estaban todos metidos en una caja separados en bolsas, así que compré la que mayor variedad de colores y formas tenía. Había decidido coserlos a mi ropa de forma desordenada, pero uno por cada vez que me pasase algo importante. El primero y último de ellos lo cosí al bolsillo de mi pantalón tres semanas después. La noche anterior, en algún lugar de la ciudad, había visto morir a un payaso.
domingo, noviembre 20, 2005
domingo, noviembre 06, 2005
En casa, en el salón, teníamos un reloj de cuco. Lo recuerdo presente durante todos los años que vivimos allí, todos ellos indicando el paso del tiempo hora tras hora. Estuvo presente en cada reunión familiar, en cada fiesta, en las comidas y en las cenas. Y durante todo ese tiempo no hubo un solo día en el que no se le diese cuerda, ni hubo una sola hora de la que no nos avisase. Al cabo de unos años, se encontraba mi abuelo sentado en uno de los sillones del salón leyendo un periódico. Estaba muy enfermo, y como consecuencia de ello su corazón poco a poco dejó de funcionar. Se quedó allí, sentado, con el periódico apoyado sobre sus piernas y los ojos aún abiertos. Entonces, como cualquier otro día, para anunciar las cinco de la tarde, se abrió aquella puertecita de madera y asomó un viejo cuco que canto cinco veces para de nuevo, otra vez, esconderse hasta que pasase otra hora.
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