jueves, marzo 16, 2006


El camino de vuelta sucedía como siempre. Los carteles, los edificios, seguían siendo los mismos. El motor seguía sonando forzado cada vez que se superaban los 120 km/hora y en la radio la misma emisora. Las mismas manchas en el tapizado de los asientos, las mismas quemaduras de algún cigarro en mala postura. El resto de conductores, a pesar de variar con el día, se comportaban de forma semejante entre sí, sin señas de ningún evento especial. En la guantera las cintas de cassette se apilaban con el mismo orden que desde hacía meses, las gafas para los momentos de sol, los papeles del coche, algún bolígrafo, tres o cuatro paquetes abiertos de caramelos, la misma bombilla fundida.

Seguramente que podía adivinar la mayor parte del contenido del maletero. En la red demasiado pequeña sobresaldrían los triángulos de seguridad acompañados de unos guantes sucios y rasgados que hace tiempo pensó valdrían para cualquier chapuza. Una bolsa de plástico con juguetes viejos ganaba polvo esperando ser dada o a estas alturas tirada. Y en los compartimentos en los extremos una botella de agua, el limpia cristales, una gamuza, una linterna y el bote de liquido de frenos casi sin usar.

Su mujer estaba en casa, preparaba un guiso según le había dicho hacía aproximadamente media hora desde el teléfono publico del hospital. Estaría escuchando el programa de radio que desde las 11.00 hasta las 14.00 comentaba todos los temas de actualidad que se habían desarrollado actualmente. En el pasillo que comunicaba el salón con las habitaciones, los últimos libros que había regalado El País se acumulaban aún precintados la mayoría, y un poco mas adelante, apoyando en el último, un viejo baúl guardaba objetos considerados de poco interés o demasiado viejos. La colocación de sus zapatos en la parte baja del armario seguiría tal y como lo había dejado esta mañana al guardar las zapatillas de estar por casa ocupando el lugar de las zapatillas que ahora mismo apretaban el freno y el embrague a causa de un repentino parón. En el baño, la cuchilla de afeitar reposaba perfectamente limpia sobre el lavabo junto al jabón de manos y diferentes colonias, entre ellas Calvin Klein, comprada en promoción las navidades pasadas.
Tras activar los intermitentes se incorporó en dos tiempos al carril derecho, y con un tercer movimiento ocupó el arcén frenando paulatinamente hasta detener el coche por completo. Salió del coche y rodeándolo apoyo una mano en el quitamiedos mientras inclinaba el cuerpo hasta dejar la cabeza alejada del resto. Entonces vomitó, una mezcla de comida sin digerir y sangre emanaron de su boca. Solo entonces comprendió que algo no iba bien, algo no seguía el curso deseado.

1 comentario:

Cvalda dijo...

Nuestro organismo es el primero en darse cuenta de que las cosas no están bien...;porque la existencia puede producir hastío,y esto nos puede llevar a vomitar vida...