domingo, junio 11, 2006


Recuerdo que muchos días, cuando volvía del colegio, tú sacabas tu acordeón y empezabas a tocar sentado en el salón. Yo solía acompañarte cantando. Me gustaba la transformación que sufrían las canciones al pasar por tus manos, adquiriendo un nuevo ritmo, mucho más lento, mucho más melancólico. Y entonces, al rato, yo te decía que parases, que ya no quería escucharlas mas tiempo. Y era entonces cuando me cogías y me ponías a tu espalda mientras te echabas al suelo a hacer flexiones. Otras veces, para demostrarme tu fuerza, cogías a papa de los pies y le levantabas por los aires.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿De qué me suena esta historia...?
Me gusta la idea de haberte servido de inspiración en cierto modo.
Me gusta cómo cuentas las historias.