Recuerdo sus calles
y el placer de recorrerlas,
la sensación de deambular
sin rumbo fijo,
el doblar esquinas
al azar.
Recuerdo
la sensación de libertad,
caminar día tras días
y nunca cansarse.
Hay sensaciones
que no se pueden medir
si no es con la sensación
en si.
Y es que cuando
encontramos nuestro lugar,
cuando unas calles
nos hablan
mientras las cruzamos,
entonces
la vida crece
y podemos acariciarla
por unos instantes.
Aunque momentos después
nos detengamos
a buscar un lugar en un mapa,
aunque nos distraigamos
y perdamos la atención.
Cuando se saborea la vida
se quiere poseer
ese momento,
retenerlo,
saber que volveremos
a percibirlo.
Volver, una vez más,
a ser nada y todo
en dos
miserables calles.
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