PRÓLOGO
De lo que siento acerca del mañana, lo más parecido a una certeza es que Joana y yo no volveremos a vernos. Cuán distinta sería la vida si la muerte fuese a esperar muchos millones de años para podernos encontrar de nuevo, aunque fuese tan sólo durante unos breves instantes. Pero el abismo que nos separa es el abismo del nunca más. Los treinta años que hemos vivido juntos son ahora el único contrapeso y mi tesoro. Fue desde muy temprano una persona muy especial: por una parte –a causa de sus minusvalías, que le dejaban el amor como única herramienta para sobrevivir- era incapaz de rencor, de orgullo, de cualquiera de las más ínfimas señales de la maldad. Por otra parte, la pasión por la vida y su sensibilidad le permitían entender y utilizar todas las conexiones sentimentales con las personas. Ser su padre ha significado estar siempre junto a lo más delicado y bondadoso que puede ofrecer la vida. Esto no quiere decir que haya sido un tiempo sin dificultades, sufrimiento y ráfagas de desesperación, sobre todo hasta que la salud encontró el punto de equilibrio necesario dentro de sus déficits. No hay nada comparable a poder cuidar de una persona a la que se ama, pero es difícil encontrar a alguien como Joana con quien establecer unas relaciones a la vez de alegría y una ternura tan profundas que, al cabo de los años, ya no se sepa quién cuida a quién. El sentimiento que ahora me domina es el desamparo.
El mundo sin Joana se parece al que vivimos juntos, pero no es el mismo. Unas mínimas diferencias me ponen de manifiesto que las personas, los lugares, las cosas, no son las familiares. Me enfrento, pues, al terror más puro, cuando las cosas cotidianas no se reconocen y se vuelven amenazadoras. Por eso a veces lloramos, Mariona y yo, perdidos en el extraño paraje en el que nos ha abandonado la muerte de nuestra hija. El cuervo de Poe ya no dejará de repetir dentro de mí su eco Nevermore.
A Joana le gustaba escucharme recitar sus poemas, los que durante estos años fui escribiendo para hablar de ella. Ahora le ofrezco este libro, que es, también, suyo, pero que nunca me oirá recitar. Son los poemas escritos durante sus ocho últimos meses. Necesito cerrar este tiempo para volver a encontrar, si es posible,
Sant Just Desvern, septiembre del 2001.
5 comentarios:
brutal...
El miedo ante la pérdida. Todos hemos vivido alguna vez situaciones similares. Siento como si Joana fuera mía...
Me cuesta escribir con los ojos en lágrimas. No pienso en Joana, pienso en nosotros, todos, si perdemos como españoles a joan margarit. ¿ por qué perder tanto si podemos no hacerlo?. Quisiera alejar el "never more" de Poe. Francisco de Madrid
Lo universal de lo que se dicen las palabras entre ellas, parafraseando a O.Paz, es el dialogo infinito que pueden alcanzar en cada lectura o relectura en su cada uno de sus lectores. Los signos siempre han sido como la reproducción en la naturaleza, bastos y múltiples, asentados en significados y significantes que son leves y viajeros; terminan en alas del viento en susurros, dejándose caer en un tejado o trastocándose en tolvaneras o remolinos.
La transparencia de la algesia del padre amoroso, nos hace participes de su drama al confesar a través del hilo negro, su amor sin finitud por su otredad, llamada Joana, su hija minusválida.
Siempre me ha parecido que -los padres- en toda la extensión de la palabra, son aquellos de niños y niñas con alguna o varias discapacidades.
Los de niños sanos, son -padres privilegiados- con un tesoro, un regalo de la vida muchas veces inmerecido.
Ambos, en general, son abrazados por el temor al dolor o la enfermedad, y finalmente lo que magistralmente escribe en esta carta Joan Margarit... la temida ausencia sin posibilidad de volver atrás, el nunca jamás, no sólo de Poe, sino de la humanidad, de aquella que es consciente de la posibilidad día a día de la separación y pérdida del objeto del amor para siempre, la anunciada... muerte.
Para mi, volver a ser polvo de estrellas es lo único a lo que podemos aspirar después de la vida. Si el poeta muere, volverá a ser nuevamente con Joana, eso, polvo de estrellas.
Un placer visitarte, una lectura lapidaria y una dolorosa sacudida de consciencia. leticia
El poeta ha muerto, así que ha vuelto con Joana a ser polvo de estrellas... Leticia.
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