No es miedo a la caída,
es miedo a asomarse a la ventana
y ver el bosque consumido en llamas.
Es mantener la cabeza alta
o esconderse detrás de un árbol
y observar el mundo sin uno mismo.
Es que se agarre a tus entrañas
y te devore lentamente.
Es luchar contracorriente,
es destrozar cada día
la estructura establecida.
Unos pocos dicen que está bien,
y mientras otros tantos
se dedican a mirarte de reojo,
apuntando con el dedo,
riéndose entre dientes.
Cuando te das cuenta
de que no te gusta
lo que te contaron,
cuando ves que al príncipe
no le gusta luchar contra el dragón.
Es permanecer alerta,
con los ojos abiertos,
la mente despejada,
y echar a correr
sólo
en el momento necesario.
Porque el resto del tiempo
hay que estar ahí,
sentado,
desplegando un ejercito
que te empuje a continuar.